Un mundo mágico repleto de muñecos, juguetes, rompecabezas, libros llamativos, cuadernos de colores, adornitos y dibujos nos reciben en la oficina donde trabaja Nik. Si un chico atravesara la puerta de entrada se desesperaría al pensar qué tocar primero pero, como somos adultos, nos comportamos y nos disponemos a adentrarnos en otro mundo mágico: el del inventor del gato más querido por las familias argentinas.
Trabajás desde los 17 años haciendo tiras, ¿las ideas no se agotan nunca?
Lo que me pasa es que ya hace tantos años que lo hago que a veces ni lo pienso, me sale naturalmente. No es ni un hobby ni un trabajo, es parte de mi vida, porque si cuando me levanto se me ocurre algo ya lo pienso de forma gráfica, y todo es un disparador, cuando caminás por la calle encontrás inspiración todo el tiempo. Pero también hay una técnica, vos podés ir anotando temas, pero después te tenés que sentar, pensar sobre qué se va a tratar, qué es lo que querés transmitir y es todo un trabajo, no es que se te ocurre un chiste por la calle. Aunque yo estoy atento a las tendencias, porque me interesa saber hacia dónde va el mundo y qué hacen las nuevas generaciones, después me siento, busco información, trabajo mucho con el diccionario, me gusta buscar temas y palabras relacionadas, porque ahí encuentro ganchos. Pero es un ejercicio que hago desde hace tantos años, desde tan chiquito...
¿Cuántos años tenías cuándo te diste cuenta de que esto era lo que te gustaba?
Yo empecé a dibujar desde muy chico, pero a los 7 u 8 años ya hacía mis propias historietas porque quería hacer dibujos que tuvieran algún sentido concreto como hacer reír. Yo era muy tímido, entonces buscaba a través de mis dibujos despertar una reacción en el otro, porque para mí era todo un logro. Y esto lo sigo manteniendo, pienso en qué reacción puede provocar cada dibujo que hago.
¿Cómo convertiste la vocación de un niño en una carrera?
De a poco. Cuando terminé el colegio, García Ferré me publicó los primeros dibujos en la revista Muy Interesante. Después pasé por editoriales para chicos como ilustrador y por El Cronista, hasta llegar a La Nación, donde empecé como un colaborador con el sueldo mínimo, empecé muy de abajo.
También estudié varias carreras; estudié dibujo desde muy chico, hice publicidad y me recibí de Diseño Gráfico en la UBA, pero nunca lo apliqué, o quizá lo hago indirectamente, pero son disciplinas muy distintas.
¿Por qué estudiaste diseño gráfico y publicidad? ¿Eran el plan B por si la historieta fallaba?
Puede ser, eran las carreras más afines a lo que a mí me interesaba y, si bien no había un mandato, todos mis compañeros del colegio estudiaban una carrera. Además me encanta el ámbito académico.
De todos modos, cuando entré a la facultad yo ya trabajaba de humorista gráfico y pensaba que no iba a poder vivir del humor gráfico, de hecho aún hoy es algo incierto y raro vivir de esto, por lo tanto en ese momento pensaba que tenía que tener una carrera. El diseño y la publicidad me sirvieron porque indirectamente aplico el diseño y ciertas estrategias de publicidad a la historieta, pero me siento un humorista gráfico 100%.
¿Te resulta muy difícil de mantener la dualidad entre el humor político y el infantil, y satisfacer a ambos targets?
Intento ponerme en el lugar del otro, pensar qué es lo que está necesitando. Cuando pienso en política, pienso en un lector clásico de La Nación, un lector promedio, y qué es lo que quiere este señor y es lo mismo cuando hago Gaturro, pienso qué es lo que está necesitando ver un chico, imagino por dónde pasan sus inquietudes.
En general uno tiene distintos registros en la vida, podés tener una visión ácida, crítica, comprometida de la realidad como ciudadano, como persona que participa de la comunidad, y eso es lo que trato de volcar en el chiste político. Por otro lado, como todos, llevo un niño adentro, con una lectura diferente de la realidad, que no pasa por la actualidad, sino que habla de las cosas que nos pasan como sociedad, en la familia, en las relaciones con los padres, con el amor imposible como el de Gaturro con Agatha.
Además, de chico yo siempre fui muy fanático de las tiras universales que llegan a todo el mundo, yo con Gaturro intento hacer eso, que sea una tira que no está hecha específicamente para un chico, sino que está hecha por un grandulón al que le resulta simpática, que la consumiría. Siempre la pienso como una tira para que lea el papá con su hijo y que el papá no se aburra, que haya un grado de complejidad también y que quizá si el chico solo no lo entiende lo consulte con sus papás, en Internet o en el diccionario.
Hay tiras más visuales, otras más naif, otras que hablan más sobre lo que nos pasa como sociedad, pero siempre busco mantener distintas lecturas y que las tiras abarquen un rango de edad muy amplio, que sean multitarget.
Fotos de Magalí Saberian.
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Y con el lanzamiento de Mundo Gaturro. ¿estás más conectado que antes?
Un poco sí. Mundo Gaturro es un comunidad increíble, tiene 6 millones de registrados activados y eso es, entre otras cosas, porque es un sitio muy seguro, los padres se quedan tranquilos y los chicos se divierten a través de juegos, una red social propia, Picapón, y mucha interactividad.
Tenés dos hijas, ¿cómo es para ellas que su papá sea el creador de Gaturro?
Yo me pregunto qué pensará mi hija, porque ella desde que nació me ve dibujando, no sé si pensará que todos los papás dibujan, pero lo que tiene de bueno lo que yo hago es que es muy claro para ellas lo que hace el papá. Porque pienso que un papá que es contador público, cómo le explica, cómo le muestra lo que hace, en cambio a mí me ven con el tablero, con el lápiz, con la computadora, hacemos cosas juntos, hay una conexión directa con lo que hago.
Y es algo que me pone muy contento, hacer lo que me gusta desde chico y que hoy mis hijas puedan verlo. Una de las cosas más importantes en la vida es desarrollar algo que vos amás y hacerlo realidad para ayudar hasta a tus propios hijos.
En algún punto, ¿tu trabajo lo hacés pensando en lo que querés inculcarles a ellas?
Mis hijas interactúan un montón con Gaturro, de hecho lo mencionan como si fuera su hermanito y a mí me encanta esa interacción con ellas, cómo van descubriendo las cosas, cómo van encontrando los detalles, que miren tiras que las pensé cuando ellas ni existían.
Los chicos son un mundo aparte, tenés que entenderlos y descubrir las cosas junto a ellos, te dan otra mirada completamente distinta y son una fuente inagotable de imaginación, porque están todo el día frescos y con incentivos constantes. Además ésta es una generación muy audiovisual, por eso me gusta participar del incentivo a la lectura, y los libros de Gaturro son un boom.
¿En tu familia te incentivaron a que leas?
Mis papás son ingenieros, pero mi mamá pintaba y yo pasaba mucho tiempo con mi abuelo, que era bastante bohemio y me había hecho un pizarrón gigante donde yo dibujaba, y en ese sentido hubo mucho incentivo. En casa había mucho para leer, muchos libros de arte, colecciones para chicos y a mí me gustaba leer y dibujar, y en algún momento fusioné esas dos cosas.
Yo soy muy fanático de contar ideas de un modo gráfico, porque cuando era chico para contar algo lo tenía que mostrar y era una forma de acercarme y romper un poco ese caparazón de niño tímido con mis papás, mis abuelos y mis amigos. Me gustaba cuando un chiste era interpretado y les daba gracia porque, como todos los chicos, quería integrarme y ser el dueño de la pelota y el líder, y como no era ni el líder ni el dueño de la pelota, era el que dibujaba y me tenían identificado en ese aspecto.
¿Cómo surgió tu apodo?
Fue cuando tenía 9 o 10 años, yo veía que todos los humoristas tenían un seudónimo que era parte de su nombre o de su apellido, entonces tomé las últimas letras de mi apellido (Cristian Dzwonik) y así quedó hasta el día de hoy.
Resulta increíble cómo a los 9 años pudiste desarrollar una idea tan fuerte y que la sostuviste hasta este momento...
No sé si desarrollé una idea, creo que estaba conectando con una necesidad que tenía de comunicarme con mis amigos inmediatos, de acercarme un poco más y de mostrar lo que sentía y lo que pensaba a través de mis dibujos, porque era lo que me representaba, porque en definitiva lo que uno dibuja es lo que uno es, además de las necesidades de los demás. Yo siempre estoy pendiente del espectador, de qué es lo que está buscando el otro. A lo mejor no tengo la sensibilidad para detectar otro tipo de necesidades, pero sí tengo la habilidad de detectar qué es lo que está necesitando saber, qué es lo que está necesitando que le digan, qué es lo que necesita ver para reírse.
Y después surgió todo lo que surgió, pero en ese momento, con los primeros dibujos e incluso con los primeros trabajos, uno ni se imagina lo que viene luego.
Cuando me inventé el seudónimo de Nik y pensaba en hacer dibujitos para mis amigos nunca me imaginé que iba a poder hacer una profesión de eso, ni que iba a ser tan fuerte, imaginate que imponer un personaje entre la gente es algo muy difícil, de hecho creo que si uno se lo propone es imposible, pero pasito a pasito, todo se fue dando naturalmente y me encanta que los chicos se apropien de Gaturro y cada vez sea menos mío y más de todo el resto.
Por Leila Sobol